Solo por el desierto arrastraba sus piernas
cansadas y con la boca seca desde hace varios días, se deslizaba lentamente por
el frío nocturno de la noche en busca de
cobijo. En medio de aquel paraje desolado no había huellas ni señales de
ningún tipo de rastro humano. “No pasaré de esta noche” pensaba mientras subía
una duna bastante alta. Durante la subida recordaba a su mujer, besos,
caricias, ojazos marrones y esa tierna sonrisa con que le obsequiaba cada
mañana. Y al llegar a la cima, nada, la inmensa negrura de la noche le contemplaba.
El frío cada vez más espeso, las piernas convertidas ya en plomo le hacían muy difícil
la marcha y haciendo un pequeño alto en el camino para coger algo de aliento
continuó adentrándose cada vez más en aquel
inhóspito vacío cuyo único sonido era el viento. “Esto es el final”
pensaba “aquí se pudrirán mis huesos” y no pudiendo avanzar más por el inmenso
cansancio cayó rodando ladera abajo hasta detenerse. En su desesperación le
parecía oír voces como de ultratumba a través del gélido aliento fúnebre de la
noche y ahí quedó tendido boca arriba esperando la llegada del fatal desenlace.
Eran voces del pasado que le atormentaban y recordaban mientras moría el
inmenso error perpetuo de su vil vida, los repetitivos fracasos que marcaron su
rastrera existencia de mierda hasta terminar donde está, solo, triste, moribundo, abandonado, perdido,
indefenso, sediento y hambriento en mitad de ninguna parte esperando una muerte
que no tardaría en llegarle.
Por la mañana volaban majestuosamente
alrededor suyo una manada de buitres carroñeros para horas más tarde
encontrarse ya dentro de sus tripas.
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